Dedico este libro a Miguel Ángel Manias, con quien establecimos las desnudas liturgias de un amor que se oficia con todo el corazón hecho raíces

A manera de prólogo.

La vida acecha, a diario, las fibras sensitivas; despliega ante nosotros sus infinitas intemperies, asedia el alma desde todos los flancos, embiste las palabras en desorden hasta los huecos duros del silencio, asciende a las cenizas enlunadas o desgarra con zarpas de tinieblas y a veces, sólo a veces, nos deja vislumbrar el fugaz centelleo de un reflejo en lejanos azogues. Entonces conocemos la poesía.
Fue creada en el instante del trueno y los presagios, de la verde llovizna y la tierra encrespada; una dríada salvaje que atravesó los cauces seminales del origen para engendrar, en cada ser viviente, la liturgia alfarera de sus voces.
Es inasible y casi inexplicable. Se oculta en nuestras íntimas callejas, en guaridas de cuarzo subterráneo, va transmigrando, clandestinamente y un día, sin aviso, nos invade.
Y aquellos que pudimos ser aristas, alambres, filos, dagas, esqueletos de ortigas, somos vasijas, cántaros, vertientes, úteros torrenciales donde el verbo despeña sus sílabas azules; zarzas avasalladas por decisión de un fuego que nos revela brillos dormidos en la escarcha, las duras cicatrices que clavan dentelladas, los aullidos mecánicos perforando la noche, las hojas que destierra en su agonía la cintura inocente de los plátanos, la carne mutilada, el largo luto de las muertes largas... Y aquellos que pudimos ser gárgolas de piedra, patrimonio del odio o de la cólera, arquitectura de indolencia o páramo, heredamos este espacioso oficio de traducir vocablos fugitivos, erigimos la claridad fecunda del lenguaje, diseminamos sus simientes grávidas.
Venimos de distintas geografías. Nos mecieron en cunas impregnadas con humildes cadencias de maderas o en la dorada asepsia de los bellos metales. Venimos de muy lejos; de hedores o fragancias, pedregales o rosas, goteras, seda, encaje o desamparo. Por eso, cada poeta la ama, la seduce, la interpreta y la expresa en ese original abecedario que le dicta su sangre. Y ella congrega por igual el pan y las corolas, la sangre y el otoño, el rocío y el hambre, el frío, el horizonte, los harapos.
En mi opinión, es fuerza y testimonio. No le calzan las hipocresías ni las falacias ni la indiferencia. Reclama exactas proporciones de cielos transparentes y légamos descalzos. Porque, ¿qué sentido tendría la espesura final de la belleza si no prevalece en ella la mirada del hombre, esa efímera huella de la estirpe? ¿Cuál sería, entonces, el idioma del aire, del sol, de la distancia?
Ser poeta no es sencillo. Hay que asumir un compromiso, establecer un pacto con la autenticidad, abatir cada puente levadizo y permitirle entrar a saco en nuestros calendarios hasta lograr que sentimientos, convicciones, actitudes y escritura constituyan una unidad sin intersticio alguno. Desmitificando nuestra tarea, pero reconociendo que hemos de librar duras contiendas contra la frivolidad y el esnobismo. Repudiando demagogias literarias, pero comprendiendo que la verdad está golpeando siempre a nuestra puerta con sus empecinados aldabones.
Alguna vez su máscara de arcilla – esa cruel dualidad de luz y sombra -, llamó a mi corazón con resecos nudillos de miseria y allí, frente al vacío de ácidas agonías y amarillos martirios desdentados, tuve la breve revelación que dio sentido a la proporción y simetría de mis versos. Sin mayor explanada para erigir su esencia que aquellos territorios que nos legaron Pablo (Neruda) y Federico (García Lorca), Miguel Hernández, Mario Benedetti... y tantos otros que andan mis desmemorias pero siempre renacen porque en sus fuentes beben mis raíces. Sin otras intenciones que esta antigua ternura. Sin más bandera al viento que los sueños del hombre engalanando el mástil de mi canto.
Mi obra poética es sólo un destrenzar este desvelo, un buceo en las médulas nocturnas para tocar la entraña de la greda, para sentir la furia del amor y del odio, para besar el miedo que aguijonea sombras debajo de los párpados, para tejer la trama deshilada de tantas soledades, para velar las claras libertades o los magros gajitos de esperanza.
De estas ocupaciones obstinadas, de esta tarea ausente y malherida, por los muslos abiertos del verano, con la luna anudada en Capricornio y la mano de mi hombre desnudando veinte años de un amor apacible en el lado derecho de mis días, nació al paisaje náufrago del mundo este racimo intacto de poemas al que puse por título: El amor sin mordazas.
Porque sí... Porque era imprescindible alzar el desafío. Porque durante cientos de crepúsculos, un musgo avergonzado remendaba el revés de las urdimbres con lanzaderas mustias y sumisas. Porque había una voz, que casi no se oía, compartiendo iguales nervaduras de ritos y relámpagos. Porque era sumamente necesaria otra sonoridad, encontrarnos, de pronto, con la franqueza entera ardiendo en las mañanas, hacerle un lugarcito a aquello que surgía de todas las honduras femeninas como si fueran ecos de otro universo, pieles de otras palabras.
Porque quise asumir esta insolencia de ser muchas mujeres; encabritando andamios, estrenando ternuras, orillando la sed y los incendios, recorriendo los vientres de la lava, deshojando el olvido, pariendo los hastíos cotidianos.
Después vino el llamado que atravesó los mares y arrojó sus guijarros pequeñitos contra el pobre cristal de mi ventana, la interina osadía que despachó mi nombre, el péndulo incesante, el mensaje en la lluvia encadenando vuelos por encima de espumas erizadas y espesas llamaradas de fronteras, la cómplice ternura de esa carta – paloma agitada en los pétalos de mayo.
Y al desgarrar los sellos, sin prever talismán o barricada, un diluvio de luz mediterránea, una leyenda en piedra sobre el río y la áspera tibieza de una villa extendiendo sus manos, desgranaron su afecto sin rincones, atravesaron fiebres y vigilias, violentaron enjambres de pestillos cariados... y Cataluña, con su sol a cuestas, transpuso los umbrales de la casa y se sentó a la mesa, con mis hijos, a compartir vajillas y manteles, la frescura hortelana de los cuencos, la dulzura del fruto, el agua clara y la ofrenda madura de la espiga crujiendo, eternamente, en las hogazas.

Norma Segades – Manias

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Acerca de la autora

Acerca de la autora
Centro Cultural San Domingo - Oaxaca (México) 2004

Biobibliografía

Norma Segades Manias, Santa Fe, Argentina, 1945. Ha escrito *Más allá de las máscaras *El vuelo inhabitado *Mi voz a la deriva *Tiempo de duendes *El amor sin mordazas *Crónica de las huellas *Un muelle en la nostalgia *A espaldas del silencio *Desde otras voces *La memoria encendida * A solas con la sombra *Bitácora del viento *Historias para Tiago y *Pese a todo (CD) En 1999 la Fundación Reconocimiento, inspirada en la trayectoria de la Dra. Alicia Moreau de Justo, le otorgó diploma y medalla nombrándola Alicia por “su actitud de vida” y el Instituto Argentino de la Excelencia (IADE) le hizo entrega del Primer Premio Nacional a la Excelencia Humana por “su meritorio aporte a la cultura”. En el año 2005 fue nombrada Ciudadana Santafesina Destacada por el Honorable Concejo Municipal de la ciudad de Santa Fe “por su talentoso y valioso aporte al arte literario y periodismo cultural y por sus notables antecedentes como escritora en el ámbito local, nacional e internacional”. En 2007 el Poder Ejecutivo Municipal estimó oportuno "reconocer su labor literaria como relevante aporte a la cultura de la ciudad".